miércoles, 26 de marzo de 2014

VENEZUELA PASA HAMBRE: EL PAÍS DE “¡NO HAY!”-CARLOS FLORES

PUBLICADO EL 26/03/14 POR ANA FORERO EN EL ESPACIO DE MIS AMIGOS ETIQUETAS:,
Por: Carlos Flores
Alinearse como pelotones que van a su última batalla, hacer colasCarlos Flores interminables… porque el hambre no se termina nunca.
 Antes de salir de su casa, en el peligroso barrio 23 de Enero de la ciudad Puerto Cabello, en el estado Carabobo de Venezuela, Elimar Parra estiró su regordete cuello tanto como pudo y se asomó. La calle, a las cuatro de la madrugada de un sábado, es casi tan oscura como la piel de la joven Elimar… Aquel camino asfaltado tenía el usual aspecto peligroso, sanguinario y terrorífico que, desde hace tiempo, obliga a los vecinos de esta zona a permanecer resguardados de noche… es eso o ser asaltados o asesinados por las muchas bandas de infames malhechores que se pasean de un lado a otro, tan armados como si se tratara de niños malditos que juegan a tiroteos en el Lejano Oeste, y que desean esparcir infinitas dosis de dolor y luto a quien se les atraviese. Es decir: este sitio es rudo.

 La violencia se esparce en el ambiente como los perfumes baratones que usan no pocos vecinos… aquí apesta a muerte. Muerte a diario. Disparos a diario. Pobreza a diario… chavismo a diario. Imposible imaginar una peor locación para salir a deambular —a pie— a esta nefasta hora. Hasta la brisa, incluso a esta hora, causa sopor… Pero ¿qué más podría hacer la joven Elimar? ¡Nada, no hay opción! Elimar Parra debe salir a esta hora (sí, 4:00 am), y caminar algunos kilómetros (no hay transporte público ni taxis que lleguen hasta acá) en busca de dos kilos de leche en polvo que, según escuchó de otra vecina, se venderá en un automercado de la ciudad a las primeras ¿30, 40, 100 personas? que lleguen al momento de su apertura. Nunca se sabe cuánta leche habrá, ni cuántos seres humanos saldrán beneficiados.
 “Se van a repartir números”, añadió la vecina. “Yo voy a dormir allá”. Elimar, que tiene dos hijos, necesita leche para alimentarlos… ¡y hace semanas que no consigue ni líquida ni en polvo! Y es que el 19 de marzo del año en curso, el presidente ejecutivo de la Cámara Venezolana de Industrias Lácteas (Cavilac), Roger Figueroa, aseguró que en Venezuela “no hay leche en polvo” debido a que en el país solo se produce el 50 por ciento del consumo nacional. “Cuando no hay leche en polvo en el país, hay una debacle en el sector lácteo porque todo el mundo va a buscar la leche fluida y nosotros no producimos la suficiente cantidad”, sentenció. Así que esta humilde mujer, Elimar, al igual que muchas otras (ricas y pobres, por igual), ha llorado, sufrido e insultado por culpa de los titánicos problemas de escasez y desabastecimiento que azotan, como el látigo de un verdugo medieval, el día-día de amas da casa venezolanas. Venezuela, ahora es el país de: “¡NO HAY!”
Cuando el gobierno venezolano se pregunta hoy por qué la gente sigue desesperada, aglomerada en las calles, apostando su vida por un cambio de régimen, vale recordar que en el año 2013, en octubre específicamente, mientras los empresarios nacionales llegaban a su último asalto de lucha contra un sistema en el que es imposible que se incremente la producción de cualquier rubro (hace años se estableció el control de cambio y, con este, nacieron mecanismos tan engorrosos como la ya difunta –a Dios gracias— Comisión de Administración de Divisas o CADIVI, que creaban una maraña de trabas que impedían a muchos fabricantes y empresarios obtener los dólares para pagarle a proveedores extranjeros para comprar materia prima. Además de que solo rusos y chinos quieren invertir en una nación donde si el empresario no está en una relación directa, feliz y cuasi amorosa con el gobierno, pues un día llega a su compañía y un nada afable contingente de Guardias Nacionales le informa que su empresa fue expropiada y ahora pasará a ser propiedad del Estado, quien sí le sacará el valor necesario para bla, bla, bla… esa empresa luego se entrega a un grupo de chiflados designados por el presidente de la república que chupan como sanguijuelas todo el potencial, dinero e infraestructura y, como ha ocurrido en el caso de las cementeras y muchísimas otras empresas importantes, descubren un día que no tienen la más remota idea de que lo deben hacer ahí y entonces… 
Bueno, nada, la clausuran y listo. Se mudan hasta conseguir al próximo idiota que le puedan dar un puntapié mientras se orinan en el concepto de la “propiedad privada” que, hasta la llegada del chavismo era una condición sagrada en Venezuela. Con todo esto, con un marco de desolación económica, con la inflación más alta del mundo, (56.1 por ciento en 2013) ocurrió una implosión y todo se agotó… TODO. Si no hay condiciones para producir, sin divisas para importar y atemorizantes motivos para que algún inversor foráneo quiera colocar su dinero en Venezuela, la gran casa de naipes que era este país se desplomó de inmediato. ¡Plum!
 Por primera vez en la historia nacional la gente, toda, los que viven en grandes casas y los que habitan en ranchos de latón, fue obligada a una humillación que, tal vez solo en países como Cuba, es parte de su triste estilo de vida y algo “natural”: alinearse como pelotones que van a su última batalla; hacer colas interminables… porque el hambre no se termina nunca. Y uno a uno fueron desapareciendo los productos de los anaqueles… harina de maíz precocida, con la que se prepara el plato nacional: la arepa… Un venezolano sin su arepa es un mexicano sin tacos, sin chile, sin tequila… es como una costilla que se le arrebató a la población. Y las malas noticias continuaron… papel higiénico… carne… pollo… desinfectante… era como ver un desfile en medio de un concurso de belleza donde todas las participantes son horribles (porque, a diferencia del mito popular de que no hay mujer fea sino mal arreglada, ¡oh, sí, hay mujeres feas!). Pero para el gobierno siempre hay una Galeano-respuesta: la culpa es del otro.
 Han Solo, Yoda y ¿Obama?
 Guerra económica: dos palabras que tienen tanto sentido como las que dice un ebrio a su mujer cuando llega de madrugada y con los labios de su amante tatuados en el cuello. De pronto, Nicolás Maduro frunció el ceño, se dirigió al país en cadena de medios y lo anunció: esto se trata de una guerra económica. Una guerra económica que, desde su extraño punto de vista, se gestaba desde Estados Unidos, con la ayuda de empresarios venezolanos. Para Maduro, no se trataba de que no existían productos para vender, sino que se había armado una estrategia muy macabra y que esos escuálidos empresarios y ricachones acaparaban sus inventarios para… no vender.
  Aunque… ¿Un empresario que no quiere ganar dinero? Extraña tesis.
  Sin embargo, esa fue la versión oficial. Jamás se consideró que el problema tuviera que ver con el horrible manejo de la economía venezolana, ni con el manejo de las políticas sociales… solo echar la culpa a alguien más.
 “Vamos a iniciar una gran operación especial cívico-militar contra el acaparamiento, que va a recorrer toda la patria. Vamos hasta el último nivel de la cadena productiva y distributiva de todo el país. Somos miles que vamos a ver hasta el último almacén, para ver por qué tienen productos acaparados, aguantados, para ver hasta el último producto. Una gran operación de equilibrio y supervisión”, dijo Maduro el 6 de noviembre de 2013, ante todo el país, mientras lucía un fino traje negro que debe costar tanto como para que una familia venezolana pueda comer bien tres meses.
“En ella participará también el Comando Estratégico Operacional de las Fuerzas Armadas. Con equilibrio y con base en la ley, pero con mucha contundencia. Ponga sus papeles en regla”. Y prosiguió: “Vamos a enfrentar los falsos mecanismos de fijación de precios para el respeto de precios justos y máximos de todos los productos”; y más “vamos”: “Vamos a establecer un operativo especial para inspeccionar la venta a la población de rubros especiales por la temporada navideña. Estos son: textiles, calzados, electrodomésticos fundamentales, vehículos, artículos del hogar e higiene, entre otros que están en una guía especial de inspección”.
Muchos vamos y pocas nueces. Fueron navidades tristes para los venezolanos. Caras largas. Pocos villancicos. ¿Quién puede sonreír cuando, al ir al sanitario, recuerda que no tiene papel sanitario?
¿Culpar al imperio? Tal vez el imperio contraataque… con Yoda y todo
¡Es mío y no tuyo!
El sol arremetía con crudeza sobre la esponja oscura, que es el cabello de Elimar Parra, mientras esperaba en las cercanías del supermercado San Diego de Puerto Cabello, en Carabobo. Su tez, morena, es representativa de esta zona donde abundan las historias de los piratas que ayudaron a fundar la ciudad y que comerciaban con esclavos africanos que traían a este nuevo continente. A pesar de haber caminado casi dos horas, Elimar no ha conseguido un buen lugar: al llegar, ya esperaban unas 100 personas que viven mucho más cerca que ella. Incluso muchos durmieron a la intemperie, esperando asegurar sus dos potes de leche. Funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana aplican un método nada amigable: sellan el brazo de los ciudadanos, como si fueran cerdos cuya existencia tiene fecha de expiración, con un número y los colocan en fila hasta que llegue su turno.
 Hay comentarios de todo. Desde el que se queja y considera que toda la situación es un enorme abuso por parte del gobierno, hasta aberrados fanáticos chavistas que culpan al imperio, a María Corina Machado, a Obama y al que Maduro les indique insultar esa semana.
 En otra parte de Venezuela la situación es similar. Es un supermercado caraqueño. Hay aceite, ¡llegó aceite!, se lee en una cadena de mensajes que envían a través de los teléfonos celulares. Ya es usual recibir el mensaje de algún conocido planteando la buena nueva de la llegada, no de Jesús, sino de jabón o champú a algún establecimiento, y ahí se activa todo un sistema de contingencia para estas emergencias: mujeres que salen corriendo despeinadas, desesperadas, hombres con los ánimos tan exaltados que solo basta que alguien intente tomar el aceite que él pretendía llevar como para que inicie un diminuto Vietnam dentro de ese mercado.
Nicolás Maduro anunció en noviembre que los comerciantes venezolanos vendían con un exceso de precio que prácticamente bordeaba en la ilegalidad. Señaló a un puñado de tiendas como Daka (que comercializa artículos electrodomésticos). Y obligó a bajar los precios de todos los productos. Nuevamente, la Guardia Nacional acordonó estas tiendas y se obligó a la gente a formarse en línea, brazo marcado de por medio, para comprar monitores plasma, dvds, y un largo etcétera porque, según la sabia opinión del general del Ejército Herbert García Plaza, jefe del recién creado Órgano Superior para la Economía Popular, “tenemos que garantizar que todo el pueblo venezolano tenga un televisor de plasma”. Y la gente, por supuesto, le tomó la palabra: saqueos, robos… todos querían su plasma… hasta que se agotaron… y hasta el presente, no se consiguen… ni plasmas, ni dvds, ni siquiera están abiertas las tiendas especializadas por no tener inventario.
Y es que el insano frenesí de consumismo al que Maduro llevó a los venezolanos tuvo como consecuencia que se agotaran los inventarios que se mantenían en resguardo para los próximos meses: Maduro le dijo al pueblo que reclamaran lo que era de ellos… el pueblo lo hizo y ahora: ¡NO HAY!
Uno de los puntos más bajos, más abochornantes de esta debacle, ocurrió en el poblado de Morón, estado Carabobo. A ese lugar dejó de llegar carne y pollo durante semanas. Y la que llegaba no se conseguía al precio regulado, sino a precios imposibles de pagar en un municipio caracterizado por el bajo poder adquisitivo de sus habitantes. Una mala tarde de finales de febrero, un transporte de ganado colisionó en la autopista de Morón—Coro… lo que ocurrió a continuación parecía sacado de un episodio de The Walking Dead. Los morenses salieron desesperados, machete en mano, y arrasaron con las vacas. Reses muertas, decapitadas, en un sanguinario festival de hambre, desesperación y enajenación colectiva. El horror… el horror más puro se desató y, durante una tarde, se apoderó del alma de gente que no tiene carne para comer. ¡Vikingos, bárbaros!… En Morón fallecieron las reglas del hombre y ese puñado de reses se convirtió en el objetivo de su odio: ahí, entre el pataleo agónico de las vacas, estaba el sórdido pase de factura a lo que un gobierno, uno malo, uno maligno, puede causar en sus ciudadanos.
 Ni la Guardia Nacional Bolivariana se atrevió a acercarse. El terror se desató… y terminó cuando tuvo que terminar… Muchos dicen que sigue presente.
El Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas—FVM) publicó el costo de la Canasta Alimentaria Familiar de febrero. Se ubicó en 8940.93. Esto quiere decir que se necesitan 2.7 salarios mínimos (3270 bs) para poder adquirir la CAF. Todos los rubros de la canasta alimentaria aumentaron de precio: café, 17.7 por ciento; salsa y mayonesa, 11.0 por ciento; grasas y aceites, 7.8 por ciento; frutas y hortalizas, 5.6 por ciento; leche, quesos y huevos, 5.0 por ciento; carnes y sus preparados, 4.1 por ciento; pescados y mariscos, 2.3 por ciento; raíces, tubérculos y otros, 2.2 por ciento; granos, 2.2 por ciento; cereales y productos derivados, 1.6 por ciento, y azúcar y sal, 1.1 por ciento. Y, para enorme sorpresa del gobierno, 17 productos presentaron problemas de escasez: leche en polvo (52 semanas, control de precio), sardinas enlatadas a precio regulado (86 semanas), pollo (20), carne de res a precio regulado (51), margarina (62), azúcar (61), aceite de maíz (63), queso blanco duro (9), arroz (25), harina de trigo (34), pastas alimenticias a precio regulado (18), harina de maíz (39), mayonesa (9), lentejas (37), arvejas (39), café (39) y pan (2): el 29.8 por ciento de los 57 productos que contiene la canasta. Y, para colmo, también escasean otros productos básicos como jabón de baño, detergente, lavaplatos, cera para pisos, compotas, papel higiénico, servilletas. En total escasean 26 productos en la publicación del mes de febrero.
 Cuando apenas faltaban cinco personas para que le tocara su turno, un Guardia Nacional Bolivariano levantó su mano derecha, abrió la palma, y dijo: “No hay más, hasta aquí llegamos”. Elimar Parra sintió un vacío en la boca del estómago. Bajo la cabeza. La subió, reclamó, gritó… y lloró… al igual que lo hicieron muchas mujeres que esperaban detrás de ella. Ese día, Elimar no consiguió leche. Pero lo haría tres días después. La misma le duró siete días. Ni más ni menos.
 Recientemente, Nicolás Maduro anunció la aplicación de un Sistema de Abastecimiento Seguro, que incluye una tarjeta con chip para monitorear el consumo de quien la posea y un registro biométrico, que se implementará en las redes de expendio alimenticio creadas por el gobierno (Misión Alimentación). Si resulta que alguna persona lleva un producto que supera su límite de compra, sonará una alarma, un timbre fuerte, y deberá regresar el producto, claro, luego de explicar a la Guardia Nacional Bolivariana el porqué de su presunto crimen. Nadie querrá escuchar esa alarma cuando coloque su dedo pulgar en el sistema biométrico al tratar de comprar dos pollos y un kilo de harina para hacer arepas… nadie querrá oírlo porque esa es la alarma más triste de todas. La alarma que decreta la muerte de un país.
Artículo publicado en Newsweek en español.
http://www.newsweek.mx/index.php/articulo/8677#.UzGMw87uRqS

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