Pedir es una forma de vida y los venezolanos se han ido especializando en eso, se han convertido en pedigüeños.
He jurado no darle al que está pidiendo
la menor opción de pedirme y de yo mirarle. ¿Por qué? Les cuento
rápidamente. Justo en el semáforo que está frente a La Paragua hay una
señora que pide con un niño a cuestas, a quien nunca he visto despierto,
y cuando parece que lo está, no se sonríe, no llora, no se mueve,
excepto el pie derecho. Además, como tiene años pidiendo, tengo la
sensación de que tampoco ha crecido.
En uno de estos mediodías, al llegar al
semáforo, le dije: “Señora, deje de pedir, véngase a mi casa que yo le
doy trabajo, un cuarto y una cama para usted y su muchachito y una TV”.
Allí mismo me saltó encima y empezó a gritar: “¡Cómo se te ocurre,
desgraciao! ¡Vos lo que queréis es secuestrarme! ¡Este hombre me quiere
secuestrar, secuestrar, secuestrar!”. La gente me miraba; yo sudaba
frío, entre avergonzado y arrecho no sabía qué hacer, solo encendí mi
carro y emprendí una especie de huida, como si en verdad se tratase de
un secuestro frustrado.
El martes entendí a la mujer que pide con el niño terciado al hombro: nunca antes una personita (el pobre niño) ha sido visualizada como una herramienta de trabajo; pedir es una forma de vida y los venezolanos se han ido especializando en eso.
Ese martes el Presidente estaba entregando 125 casas; en realidad, el número fue cambiando en el transcurso de la cadena y a esta hora ya no sé cuántas fueron; lo cierto es que las señoras que allí se aglomeraban con sus hijos y sus esposos parecían pericos a la hora del desayuno. Es horrible el símil, pero dejémonos de joda, nos han convertido en pedigüeños.
El Presidente, con su enorme cara que casi se sale de la pantalla y su sonrisa de gato de Cheshire, se regodeó cuando una muchacha le regaló una Biblia, unos 15 minutos de adulancias y un papelito para que no se olvide del "Pelúo" que está jodido en un refugio desde hace cinco años.
Después aparece un hombre beneficiado con una casa, que dio una demostración de cómo el pueblo ha aprendido a jalar bolas como nadie, y después de recordarle a todos que Rosales era un ignorante (esto nunca lo entendí), casi se desmaya cuando Chávez le dijo: “Qué grandes hombres hay en mi pueblo”. La sonrisa de Chávez se vuelve más gatuna y promete una próxima misión: “Aquí tienen, pero no jodan tanto, y si lo hacen, háganlo por TV”.
FUENTE: laverdad.com
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